Tu alma no tiene sed de mundo, no tiene sed de fama. Tu alma no tiene sed de títulos ni de luces deslumbrantes que impresionen seguidores.
Tu alma no quiere aplausos, no quiere máscaras, no quiere apariencias. Tu alma sedienta, grita, clama y anhela aquello por lo que clama todo aquel que ha visto a Dios en su desierto.
¿Recuerdas aquel amor que sentías cuando Dios se hizo tu Dios y de nadie más, cuando todo lo que buscaba tu corazón era su presencia? ¿Recuerdas cuándo todo lo que pedía tu alma para beber era su amor o cuándo en tu desierto él fue el único quien te dio de beber?
Tu alma clama por ese amor inagotable que es mejor que la propia vida y que sabe mejor que el mundo.
No me digas que olvidaste como te aferrabas a su mano cuando te sentías inseguro y como con alegría le cantabas cuando te aferrabas a sus brazos en búsqueda de su amor.
Pues tu alma sedienta no ha olvidado que solo es feliz y completa cuando el agua de su amado le ha saciado la sed que siente.
Tu alma no ha olvidado que su lugar está al lado de su creador y que su llenura la encuentra en su deleitable amor.
Recuerda cómo se pasaba el tiempo en su presencia o como todo lo demás perdía su valor mientras te hacías uno con él, mientras recuperabas tu identidad y no fingías ser nadie más.
Únicamente recuerda que tu alma tiene sed de él nuevamente.
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